El negocio de la atención

Vivimos en una economía que no comercia únicamente con productos y servicios, sino con algo más íntimo y frágil: nuestra atención. Y lo más inquietante es que hemos normalizado esa transacción. Le entregamos minutos y hasta horas de nuestra vida a plataformas que han hecho de nuestro enfoque un negocio. El problema es que, en este intercambio, los únicos que perdemos somos nosotros.

Es curioso cómo lo que debería ser una capacidad natural, la de prestar atención, observar, contemplar, se ha convertido en un bien escaso. No porque no tengamos tiempo, sino porque el mundo digital ha aprendido a fragmentarlo. Lo que para nosotros parece una simple notificación o un video más, para otros es una fórmula minuciosamente diseñada para mantenernos enganchados. Ellos se quedan con nuestros datos y nuestra permanencia. Nosotros, con ansiedad y distracción.

Lo más grave, sin embargo, no es lo que nos quitan, sino lo que dejamos de ver. Cuando nuestra atención está colonizada por estímulos superficiales, dejamos de mirar hacia lo que realmente nos nutre: una buena conversación, un libro exigente, una pieza de arte que no entendemos a la primera. Y aquí está la trampa: confundimos lo fácil de consumir con lo verdaderamente valioso.

En ese paisaje de distracciones, ¿quién se detiene ya a contemplar? ¿Quién soporta estar solo con sus pensamientos sin tocar el celular? ¿Quién elige el silencio, la lentitud, el detalle? Como escribió Pascal en sus Pensamientos: “”Toda la desgracia del hombre proviene de no poder permanecer en silencio en una habitación”. Educar nuestra atención hoy es un acto de rebeldía. No para volver a un pasado romántico sin pantallas, sino para recuperar la libertad para elegir a qué le prestamos tiempo.

Para esto necesitamos reaprender a mirar. Un medio incomparable para esto es el arte. Recorrer un museo mirando las obras hace más por nosotros que cien tiktoks. Un buen libro, sin levantar la mirada a las notificaciones, nos hace crecer más que muchas apps de desarrollo personal. Un rato jugando con nuestros hijos, dedicados a ellos, les hace más bien que cualquier cosa que les podamos comprar. La atención no es solo un recurso que se administra: es también una forma de amar. Lo que atiendes, crece. Y si todo lo que atiendes es fugaz, volátil, superficial… eso mismo será tu mundo interior.

Hoy más que nunca, el arte, la lectura y la contemplación no son lujos: son entrenamientos del alma. Son ejercicios de libertad. Y quizás, la única manera que nos queda de recuperar aquello que ya casi olvidamos: nuestra capacidad de estar realmente presentes.

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Carmen Camey es Vicerrectora de Comunicación y Desarrollo en la Universidad del Istmo de Guatemala. Es doctora en Filosofía y periodista por la Universidad de Navarra y cuenta también

con una maestría en Estudios Avanzados en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. A lo largo de su trayectoria académica, ha formado a nuevas generaciones en Historia del Pensamiento, Antropología y Ética.

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